Soliloquio de la solipsista

Cada vez que regreso a Belgrado, la ciudad en la que nací y crecí y de la que salí rumbo a España hará pronto la friolera de 24 años, me asalta la extrañeza de no reconocer el entorno aunque sí reconozco sus formas. Deambulo por las calles y la impresión que me invade es la de estar recorriendo el set de rodaje de una vieja película que conozco bien pero que ya nadie recuerda salvo yo.  Me pasa algo parecido con la casa en la que pasé los primeros 29 años mi vida.  A menudo me da por hojear los libros que todavía siguen allí y que en su día conformaron mi mundo interior y configuraron mis sueños.

Un día rebuscando en las estanterías me tope con un libro de  Milos Crnjanski, (creo que se trataba de «Seobe», «Migraciones») cuyas obras completas hace años -recordaba- había comprado mi padre (https://es.wikipedia.org/wiki/Milo%C5%A1_Crnjanski). El papel estaba ya quebradizo, amarillento y al tacto raspaba.  De pronto mi mirada se quedó enganchada en unas líneas subrayadas que, refiriéndose a la sensación que el protagonista experimentaba en la noche, decían: «[sic] «No distingue la oscuridad a su alrededor de la oscuridad en su interior». Me quedé quieta, como si me hubieran pillado en alguna transgresión, reteniendo la respiración y algo incómoda, con culpa. Me había encontrado con el sentimiento íntimo de mi padre, algo con lo que se identificaba y que se había guardado para sí, escondido entre las hojas del libro. A pesar de haber abandonado el mundo hace ahora 30 años, su huella en aquel volumen me lo acercó de nuevo y me preguntaba cuántos tormentos debieron de acecharle sin tregua en las noches insomnes. Ninguna foto, ninguna anécdota, nada de lo que solemos hacer para recordar a los seres queridos había conseguido traer nunca tan vívidamente de vuelta el recuerdo y la presencia enigmática de mi padre, como aquellas silentes palabras de uno de sus escritores preferidos que él había escogido.

Las palabras son ese patrimonio de todos que usamos despiadada e impúdicamente para explicarnos y para defendernos, para herir y para implorar, para manipular y para perdurar. Cada uno según su ética personal y la necesidad del momento, echamos mano de las palabras para lo que se nos antoja y cada cual lo hace como mejor sabe y entiende.

Yo fui fiel a las palabras que me sedujeron desde pequeña, palabras en varios idiomas; cada vez que abría un diccionario me embarcaba en un fascinante viaje sin fin y hasta hoy las venero. Muestro una curiosidad siempre fresca y cándida al abrir el diccionario para situar la palabra que estoy consultando y trato de inscribirla en un lugar seguro de mi memoria para poderla usar con propiedad cuando surja la ocasión. Me irritan sobremanera las traducciones descuidadas y chapuceras de las películas de cine y me ponen enferma las pésimas traducciones de los clásicos para los formatos electrónicos. Detesto el secuestro del lenguaje y la prostitución de las palabras por parte de los políticos y me sonrojo ante la machacona verborrea vacua de muchos de esos seres que pueblan las tertulias televisivas, voceando consignas de propaganda exclusivamente pensadas para vehiculizar el acoso y derribo del contrario político, al tiempo que adoctrinan al potencial votante lumpen.

Después de casi tres años de silencio autoimpuesto, desde que acabó «El Este» en Radio 3 (http://www.rtve.es/alacarta/audios/el-este/), dejaré palpitar aquí, en 400Latidos, mis palabras,  donde contaré lo que escucho, lo que veo y lo que leo, siento y pienso. Utilizaré las palabras para, desde mi exilio interior,  reconstruir mi maltrecha  relación con este mundo que nos ha tocado vivir.

La música no podrá faltar y hoy os dejo algunas canciones de cuando mi padre construía su vida:

Čamac na Tisi

 

El título de este post es un homenaje a uno de mis poemas predilectos, escrito por Sylvia Plath:

Soliloquy of the Solipsist

I?
I walk alone;
The midnight street
Spins itself from under my feet;
When my eyes shut
These dreaming houses all snuff out;
Through a whim of mine
Over gables the moon’s celestial onion
Hangs high.

I
Make houses shrink
And trees diminish
By going far; my look’s leash
Dangles the puppet-people
Who, unaware how they dwindle,
Laugh, kiss, get drunk,
Nor guess that if I choose to blink
They die.

I
When in good humor,
Give grass its green
Blazon sky blue, and endow the sun
With gold;
Yet, in my wintriest moods, I hold
Absolute power
To boycott any color and forbid any flower
To be.

I
Know you appear
Vivid at my side,
Denying you sprang out of my head,
Claiming you feel
Love fiery enough to prove flesh real,
Though it’s quite clear
All you beauty, all your wit, is a gift, my dear,
From me.

Traducido al español por Xoán Abeleira en Bartleby EDITORES 2008:

SOLILOQUIO DE LA SOLIPSISTA

¿Yo?
Camino a solas;
La calle a medianoche
Se prolonga bajo mis pies;
Cuando cierro los ojos
Todas estas casas de ensueño se extinguen:
Por un capricho mío
La cebolla celestial de la luna cuelga en lo alto
De los hastiales.

Yo
Hago que las casas se encojan
Y que los árboles mengüen
Alejándose; la traílla de mi mirada
Hace bailar a las personas-marionetas
Que, ignorando que se consumen,
Se ríen, se besan, se emborrachan, sin sospechar
Igualmente que, cada vez que yo parpadeo,
Mueren.

Yo,
Cuando estoy de buen humor,
Doy a la hierba sus colores
Verde blasón y azul celeste, otorgo al sol
Su dorado;
Pero, en mis días invernales, ostento
El poder absoluto
De boicotear los colores y prohibir que las flores
Existan.

Yo,
Sé que tú apareces
Vívida a mi lado,
Negando que brotaste de mi cabeza,
Clamando que sientes un amor
Lo bastante ardiente como para experimentar la carne real,
Aunque salte a la vista,
Querida, que toda tu belleza y todo tu ingenio son dones
Que yo te concedí.

Un comentario

  1. ¡Qué poema tan hermoso! Creo que si lo tuviera en papel subrayaría:

    «in my wintriest moods, I hold
    Absolute power
    To boycott any color and forbid any flower
    To be.»

    Para que quien sea que se interesara en curiosear por mis libros (incluso yo misma, en el futuro) se transportara como te transportaste tú con el libro de tu padre.

    Me gusta

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