¡Hola! Comparto contigo la publicación más reciente de la nueva serie de artículos, «EXTEMPORÁNEO», de Teo Fiunte. ¡SALUD! Maja.
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(Si no estás dispuesto a cuestionarte no leas estas líneas).
A diferencia de otros seres vivos, el ser humano es el único que tiene conciencia de que morirá sin saber cómo, ni cuándo, por mucho que la genética se empeñe obsesivamente en localizar a los culpables. No es una cuestión de instinto como en el resto de los animales, que se tensan y reaccionan ante un peligro inminente que puede poner en riesgo su vida pero que, pasado ese momento, la tensión cede hasta el siguiente episodio. Eso implica aprendizaje y defensa pero no conciencia de una vida limitada. Sin embargo, al ser humano, incluso al que lleva una vida “muelle” sin peligros y con buena salud, le asalta la idea de la muerte y tiene altas probabilidades de entrar en angustia, sobre todo si, como ocurre con la dominante y lerda actitud del mundo occidental, endilga la muerte a los otros particularmente si son pobres y no son blancos. Es más nos parece de justicia que ellos mueran y nosotros no. Pero resulta que todos vamos a morir y lo llevamos incorporado y nunca mejor dicho. Tanto pánico nos produce esto, que nuestra vida es una especie de delirio permanente, ya sea en lo personal como en lo social. Ambos muy relacionados, por cierto. Lo personal, lo subjetivo, lo dejaré para otro momento. En lo social, en la colectividad, uno de los delirios más determinantes pasa por alcanzar la inmortalidad en sus clásicos formatos. El primero es que nos inventamos dioses, profetas, santurrones embutidos en sus sotanas visibles o invisibles, siempre comulgando con el poder o encarnándolo, nos venden la inmortalidad a cambio de una sumisión con tintes de exterminio. Otros formatos son, en lo aparente, laicos y se despliegan en torno a otro tipo de creencias como es el asunto de la identidad. Creemos que nacemos con una identidad propia y eso es una soberana ignorancia, porque lo que ocurre es que la construimos en grupos como la familia, la patria, el equipo de fútbol, etc. Nos adscribimos a grupos de todo tipo y condición porque eso nos da un lugar, una supuesta protección contra los otros y una sensación de inmortalidad. Nosotros moriremos, pero las identidades seguirán y ahí viviremos. Por último, somos seducidos por los pseudo milagros que puede producir la tecnología, la inteligencia artificial o el “tornillo sin fin” de la ciencia. Formato que nos crea la ilusión, la idea de progreso, de un supuesto “progreso sin sangre” porque está elaborado, se sustenta, en un lenguaje lógico, matemático, desafectado, por fuera de todo sesgo y de todo símbolo, sin darnos cuenta de los estragos que produce el reverso de esa moneda como, por ejemplo, la creencia en un cuerpo sano, eternamente reparable, en la supresión del dolor de un sujeto congelado en una imagen, etc. Cada vez hay menos cuerpo libidinal, menos psiquismo y más organicismo robótico. A la inmortalidad, a través de un reflejo virtual, sin carnalidad, sin la experiencia del calor y el sudor del cuerpo de los otros.
Ahora, el último delirio de la humanidad nos quiere llevar a alguna luna de Júpiter. Ya no nos basta con la loca posibilidad de colonizar Marte, también se empieza a fabular con alguna luna de Júpiter en la que podría haber agua. Ahora alucinamos con alunizar donde sea. Con esto, el “brotante” humano, sin darse cuenta, asume, da por descontado, que terminará por destruir este, nuestro planeta. En su soberbia y locura cree que acabará con la naturaleza. Tampoco se da cuenta de que muchísimo antes de que eso ocurra, su capacidad de autodestrucción será un hecho y la naturaleza, aunque maltrecha y mutilada por la obra del “brotante” que la habitó, le trascenderá y restañará las heridas que el bípedo le produjo. Y eso porque en la naturaleza no hay tiempo, ni conciencia de muerte. Solo ciclos de reproducción. Pero el depredador de lenguaje articulado está plenamente decidido a no enterarse de nada.
Teo Fiunte.
28-04-2023
Nos falta evolución, mucha evolución, pero ya no hay tiempo, llegamos tarde para aprender de otros que estaban aquí mucho antes, y seguirán mucho después, quizás crecimos demasiado deprisa…
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Muchas gracias Maja. Un beso!!!
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Encantado de leer todo cuanto se planta ante mi complejo sistema de percepción, aunque aún no entienda el fondo sobre cómo ni porqué se produce tal conexión. Pero no doy por hecho que todo lo que me llega, forma parte de alguna verdad irreversible y definitiva.
Por eso -entre otras cosas- me pregunto quién sabe con certeza algo tan elemental como que los animales -no humanos- no tienen conciencia, hasta el punto de establecer afirmaciones categóricas, clasificatorias, compartimentadas e interesadas sobre fenomenologías desconocidas.
No hace falta añadir que, sabiendo sobre el porqué se afirman tales cosas, no las comparto… mientras aliento evidencias de sus contrarios; y una vez más, los humanos somos víctimas de nuestro propio lenguaje sobre el cual hacemos descansar cualquier verosimilitud aparente permitiéndonos sobrevolar la realidad como verdad funcional para su «uso, erosión y desgaste definitivo» siempre posponiendo cuestiones de fondo pero braceando en el vacío sin ninguna dirección comprensible para caer de forma irremediable en los brazos de nuestra Naturaleza incomprendida y hoy herida, hasta en los rigores del pensamiento a partir de su andamiaje comunicativo.
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